30 abril 2009

El alma que ve la voluntad de Dios en todas las cosas, hasta en las más pequeñas, lamentables y mortales, las vive y recibe todas con un gozo, con una alegría y con un respeto siempre igual. Y abre todas sus puertas para recibir con honor las mismas cosas que otros temen y procuran evitar.


Jean Pierre de Caussade

1 comentario:

D'Artagnan dijo...

Jean Pierre de Caussade


Escritor ascético-místico, muy influyente en los ambientes del semiquietismo (v.) francés y en la controversia del «puro amor». N. el 6 mar. 1675 en Quercy (Francia). El 16 abr. 1693 ingresó en la Compañía de Jesús. Predicador y misionero popular; estuvo muy relacionado con las salesas de Nancy, a las que dirigió durante 20 años como confesor extraordinario. Director espiritual del seminario de Albi (1732-33) y poco después de la casa de ejercicios de Nancy. En 1740 rector del colegio de jesuitas de Perpígnan y más tarde superior de la comunidad de Albi (1744-46) y del seminario de Toulouse, donde m. el 8 dic. 1751.
El punto doctrinal más importante y característico de C. es el del abandono, que él define como «la donación entera de nuestro ser a Dios, para que Él lo emplee según su beneplácito» (L'abandon, I, 6 ed. París 1870, 33). Abandono significa, en este contexto, «entrega», «don», no mera resignación, ni indiferencia, ni dejadez en el sentido de los alumbrados (v. QUIETISMO); supone vivir totalmente y de continuo dependiendo de la Providencia. Esta actitud del alma exige la fe y a ella conduce. C. parte del principio de que la Providencia de Dios domina todas las cosas (la historia universal, la vida de la Iglesia, el progreso mismo del alma en la vida espiritual), y concluye que ese orden de Dios debe cumplirse siempre y que la única postura digna del hombre de fe es «entregarse» ciegamente en manos de la Providencia. En los comienzos de la vida espiritual el abandono es un acto pasajero, pero termina siendo un carisma (v.) espiritual, una gracia mística.
Esta doctrina expuesta en la encrucijada histórica de principios del s. XVlli francés fue criticada como quielista. Se le acusó de despreciar la dirección espiritual como medio de santificación, de aconsejar la pasividad excesiva en la vida espiritual, pero sus cartas de dirección espiritual demuestran todo lo contrario. «Abandono» en C. no significa «quietismo», sino «cooperación» con Dios, pura disponibilidad, no poner obstáculos a la acción de Dios en el alma. Su fraseología puede a veces traicionar su intención. En la controversia entre Fenelón (v.) y Bossuet (v.) en la cuestión mística del «amor puro y desinteresado» parece ser que, aun estando más cerca de aquél, quiere conciliar las dos tendencias. C. está en la línea espiritual de S. Juan de la Cruz (v.) cuyo espíritu le llega a través de Fenelón; es tributario en gran escala de S. Francisco de Sales (v.) y del espíritu de la Visitación. Su contacto con Bossuet le libra del falso misticismo; pero en Fenelón aprendió a amar la mística.
Le siguen en la doctrina del «abandono» ortodoxo, S. Alfonso María de Ligorio (v.), mons. Gay, S. Teresa del Niño Jesús (v.), Dom Lehodey (El santo abandono), Schrijvers (El don de sí), Graf (Sí, Padre) y otros. Su valor histórico está en haber destruido los prejuicios antimísticos de los s. XVrl-XVIII, después de la condena de la Guía espiritual de Molinos (v.) y de las MáXImas de los Santos de Fenelón. En cuanto a su valor actual, su doctrina es una invitación a la paz interior y la vuelta a la simplicidad que precisa la vida moderna.